Me duele ver como la obsesión por la crisis nos atrapa a muchos y nos aleja de nuestro autentico potencial. Caminando como zombis temerosos, creyendo que todo se va a la mierda por culpa de algún otro más poderoso que nosotros, y sin poder percibir la bondad, verdad y belleza que nos rodea por todas partes. Lo veo en mi y en tantas personas, como una contracción ante la crisis, que nos aleja de nuestras capacidades únicas y nos hace olvidarnos del contacto intimo de nuestra autorrealización.
Sentía todo esto mientras leía este diálogo entre Andrew Cohen y Ken Wilber titulado Libertad de cara al miedo. Un texto que recomiendo leer para tomar perspectivas más amplias de lo que nos pasa en nuestro interior personal y en el interior de nuestras culturas colectivas. Me parece muy significativo esta cita de Cohen:
“He notado que lo que sucede cuando los seres humanos se asustan es una profunda contracción en el ser. Cuando nuestro estilo de vida y nuestra sensación de libertad son amenazados, no sólo hay una contracción emocional sino también una contracción intelectual, filosófica y espiritual, una contracción de nuestra capacidad de pensar en términos más amplios”
Por tanto, esta contracción ante la crisis provoca una especie de regresión personal y cultural que nos limita nuestra evolución y bloquea el cambio. Y nos cerramos por miedo y lo hacemos controlándolo todo (o al menos intentándolo).
Nuestra contracción ante el miedo a lo exterior
Nos contraemos ante muchas cosas externas, olvidando que en nuestro interior estamos siempre en contacto presente con lo ilimitado. Nos cerramos ante la enfermedad, las desgracias, el desamor, el paro, las malas noticias de la prensa, el miedo a morir, la crisis ambiental, los políticos, o incluso nuestros propios automatismos egoicos. Parece como si todo lo que nos rodea justificara nuestras contracciones y nuestro escape de lo ilimitado.
Como seres humanos, es muy normal una cierta contracción ante la crisis, un cierto repliegue en lo que conocemos. El problema es cuando hacemos de esto una norma generalizada que atrapa toda las facetas de nuestra vida, y con ello nos evadimos de toda posibilidad de amor, de abundancia y de mirada amplia. Lo que nos aleja de nuestro contacto intimo con la esencia. Mientras escribo esto siento el dolor de como nos escapamos de nuestro autentico ser y de la conexión profunda y compasiva que nos une a todos. Es como si nos dejáramos atrapar por tantos miedos del pasado, continuamente, y no pudiéramos vivir la belleza y el alcance de este instante juntos, en contacto intimo con uno mismo y con el otro.
Amada contracción
No es que estemos haciendo algo mal. ¡No! Por Dios. Hacemos lo que podemos y sabemos. Es normal que nos escapemos y tengamos miedo. Son tantos siglos haciéndolo así como especie humana. Heredándolo de padres a hijos. Y aquí no hay culpa, solo observar y sentir en uno mismo como nos contraemos, como nos alejamos de amar y de la gran apertura que ya somos y a la que de vez en cuando despertamos.
Duele la contracción. Y es un dolor simple. Un dolor curativo que nos hace despertar. Sin juicio ni exigencias. Solo ser expansión amorosa que observa la contracción con amor y dolor. Con este dolor de apertura, tan diferente al sufrimiento de escape. Porque al final, la sanación parece venir – en mi vivencia – de este abrazar con dolor amoroso y expansivo nuestro sufrimiento contractivo.
Por tanto, y como vengo expresando en mis últimos post (y sobre todo el de contemplar el control automático con amor), una actitud que nos abre sería algo así como atestiguar desde el cielo expansivo (pleno de amor y compasión) el infierno contractivo (el sufrimiento biológico y egoico). Es decir, esto no es una lucha contra nuestra contracción, sino una apertura hacia lo que hay más allá de ella y que integra con comprensión y sabiduría nuestras propias contradicciones.
¿Eres consciente de lo liberador que es ver con conciencia y cariño nuestros propios encogimientos? ¿Como vives tú esto? Creo que vale la pena que sigamos dialogando sobre esto.