Estos días estoy releyendo algunos artículos de Pablo Retana en su blog A Mil Besos de Profundidad. Lo que sigue es una síntesis con mis propias palabras y experiencias de su post HonDolOrbe, que describe aspectos muy esenciales para abrir nuestra compasión, y que tiene que ver con acoger nuestros propio sufrimiento, y desde allí el dolor del mundo. Un tema recurrente también en Interser Ediciones (ver por ejemplo la frustración es la llave de mi alma) ya que no puede haber auténtico cambio personal y colectivo sin que hagamos un comprometido viaje experiencial por nuestras propias vulnerabilidades.
Heridas de humanos en crecimiento
No podemos negar la realidad del sufrimiento humano. Nos rompemos con frecuencia, revelando nuestras heridas profundas y un gran dolor que arrastramos desde la infancia y que se repite periódicamente en cada fase de la vida. Nos sentimos condicionados, rígidos y frustrados. Y esto duele y mucho. Ante esto, muchos relativizamos las frustraciones, mientras que otros reaccionamos ante ellas. Pero todos tenemos tendencias a la desconfianza, a la autodefensa o a la evasión.
Pero es gracias a todos estos conflictos internos que tenemos la oportunidad de aprender y crecer. Los problemas son en realidad el motor que nos motiva a cambiar. Desde el error ganamos experiencias, hasta que nuestro corazón se abre y acoge todas nuestras heridas.
Las experiencias vitales nos ayudan a desprendernos de idealizaciones y expectativas vanas y nos centramos en lo real. Desdramatizamos la vida, hasta que vemos cada conflicto como una oportunidad de aprendizaje y crecimiento. Y en esto las personas más “quebradas” por la vida son las que más fácilmente pueden crecer cuando transcienden sus heridas para abrirse al amor. Por eso, el peor obstáculo es la anestesia vital, la de esconder y relativizar las emociones y las propias heridas, ya que sin dolor no es posible alcanzar la autenticidad, la compasión y la dicha.
Explorar la vulnerabilidad para vivir amando
Ya hemos hablado en este blog de como tendemos a contraernos ante el dolor y todo lo que nosotros etiquetamos como conflictos. Nos escapamos de mil formas como ejemplifico en muchos de mis relatos. Pero es precisamente en estas situaciones donde surgen poderosas oportunidades para abrirnos a lo que nos pasa, explorar nuestras heridas y expandir nuestra realidad humana. Este el genuino camino interior que acoge con amor el dolor. ¡¡Y esto es realmente revolucionario!!
Hace falta mucho valor y confianza para vivir abiertos aprendiendo de los embates de la existencia. Vivir explorando las alegrías y las tristezas. Pasar con coraje los trances de la perdida, la humillación o la muerte. Para transmutar las viejas heridas personales en joyas de compasión hacia el universo entero.
Fases de aprendizaje con el dolor
Es humano que nos resistamos, que evitemos el dolor del mundo, que gritemos, que nos quejemos o que neguemos lo que nos pasa. Es nuestra reacción contractiva. Y podemos aprender mucho de este vivir con miedo. No hace falta culparnos en exceso por ello. Hasta que llega un momento en el que ya hemos aprendido tanto de escaparnos, que vemos que esto no resuelve y pasamos a otra fase. Necesitamos ayuda para dar este segundo paso y abrirnos a reconocer, aceptar y empezar a amar nuestras heridas. No es fácil. Tiene que abrirse en nosotros esta cualidad que acoge nuestra vulnerabilidad y nuestros errores. Es una voz profunda y maternal que acoge nuestros errores y sufrimientos.
He sido testigo en mis carnes y en las de otras personas de muchos de estos momentos de reconocer las profundas heridas de la vida y de necesitar el apoyo de alguien compasivo para soportarlo. Duele y mucho. No es una película dramática que nos contamos, es el autentico sentirse roto y traspasado por la realidad de la condición sufriente del ser humano. Si el terapeuta (o amigo) sabe encauzarlo, buscara despertar en la persona esta voz amorosa interna que acoge internamente el dolor. Y esto es realmente sanador. Algo que empieza a transformar la vida de la persona despertando su compasión hacia si mismo.
Tras un tiempo largo en que conviven momentos de escape del dolor y momentos de acoger el dolor, vamos aprendiendo a exponer ante otros nuestra propia vulnerabilidad. Ya no rehuimos el dolor. Tampoco lo buscamos. Solo vamos abriéndonos a vivir con sensibilidad y cariño todo lo que nos pasa y no teniendo miedo a que los demás sepan que somos humanos normales con heridas, defectos, mascaras y las dificultades naturales de todo ser humano.
Acoger el profundo dolor del mundo en transformación
Como voy señalando, nos ayuda mucho este reconocer y acoger con amor nuestras propias heridas. Y esta vivencia nos lleva de forma natural a conectar con el dolor común y primordial que compartimos todos los seres. Reconocer el sufrimiento en todos los humanos y por todas partes. Y a la vez que nos hacemos uno con el dolor de todo, nos hacemos uno con la cualidad de acoger este profundo dolor del mundo. Nos abrimos a la compasión que lo llena todo y somos la compasión.
Esta compasión es un despertar profundo, al que algunos solo estamos empezando a vislumbrar, pero que siempre ha estado aquí, junto a la experiencia de la vulnerabilidad. Amar la realidad en su fondo profundo y en sus formas cambiantes. Descubriendo juntos como el dolor solo es una muestra viva del poder amoroso de la evolución, manifestándose en transformaciones sin fin.
Duele cambiar… y hay tanto amor en acoger el dolor de la metamorfosis. La impermanencia de todo fenómeno, como motor de la vida en expansión. ¿Lo sientes? ¿Tu también vives este largo proceso de abrirte a la compasión hacia el mundo acogiendo con amor el dolor que compartimos?
Créditos de las imagenes: Xavier68 y Julien Harneis, ambas con licencias CC-BY-SA
¡Muchas gracias por la mención, Nacho!
Me interesa bastante la idea que comentas de acoger la herida y el anhelo que en ella subyace, que suele ser la emoción primaria a la que se puede acceder desde esa herida que produce la interacción con el mundo. Creo que hay que sumergirse bastante en la resistencia que esa herida genera para acceder al anhelo primario que en ella se esconde. Pero para eso es preciso explorar la realidad y la naturaleza de esas interacciones, aprender a enfrentarse reiteradamente a la frustración de cada expectativa rota y, en efecto, transformarla. Quedarse en el rechazo hacia quien (o lo que) frustra tal expectativa, así como cobijarse en una indiferencia fingida que nos embota, es una manera circular de proceder, muy respetable pero improductiva. De ahí la relevancia de estar dispuestos a seguir explorando en atención a ese anhelo profundamente amoroso. Eso va permitiendo desprenderse de capas de dolor hasta descubrir el amor primordial y primario que no opera ya en función de las expectativas y que se tiende, en consecuencia a orientar hacia todo lo vivo: un profundo dolor por el mundo, que es amor y compasión hacia el mundo, y que constituye un acto de atención y consciencia con el que construir bienestar desde la carencia, pero no para uno mismo, sino para todos, participando, compartiendo, creciendo y viviendo con plenitud y entrega.
Un abrazo,
Pablo.