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Relato: El internauta que se comparaba con todo

Aquí va la sexta entrega de mis relatos sobre el final del escape, titulado el internauta que se comparaba con todo. Una vivencia que a muchos nos puede sonar y que va muy ligado a muchas de las cosas que cuento también en mi libro InterNet e InterSer. Ahora tenemos tantos estímulos y contactamos con tantas personas a lo largo del día (también en las redes sociales), que es necesario que estemos preparados internamente para asimilar todo esto sin engancharnos con las máscaras y con esta sensación de ser menos que otros.

El internauta que se comparaba con todo

Cuento el internauta

Mario se levantó con una inesperada sensación de alegría. Era tan sorprendente que hasta lo molestaba. Como todas las mañanas, tomo su tablet y empezó a curiosear el Facebook. Vio las fotos de vacaciones de varios amigos y pensó que él también debería haberse tomado unos días de ocio en algún lugar hermoso. Además, ¿como hacia la gente para hacer esas fotos tan bonitas? En cambio, él era todo un negado para las artes. Luego exploro el muro de la glamurosa novia de Pedro, hasta sentir esta sensación sutil de que su propia relación de pareja era más vulgar que la de él… y que la de todo el mundo.

Leyó el último artículo de su amigo friki-espiritual, y le dio la sensación de que había llegado a encontrar algo valioso para su felicidad. Él nunca llegaría a su altura, pues era perezoso e inconstante. Dejo de lado sus anhelos místicos y fue leyendo las continuas frases bonitas del Facebook, que más que reconfortarlo, lo iban poniendo de mala leche como si le estuvieran gritando lo inepto e indigno que era frente a lo que debería ser.

Se le ocurrió que podía compartir con unas frases la alegría que sintió al despertar, “pero ¿a quién le interesa algo que no tiene ni foto ni sentido?” pensó. Además, ahora estaba triste y cabreado.

Luego se paso al Twitter, esperando encontrar algo útil que calmara su naciente malestar. Lo más destacado que vio fueron artículos sesudos sobre tecnología o negocios digitales, pero por aquí él sentía aun más sus carencias. Aunque había dedicado infinitas horas a trastear en internet, no podría nunca llegar a la altura de estos referentes digitales con millones de seguidores y una comprensión fuera de lo común. Deseaba ser como ellos, pero con sus 1104 seguidores en Twitter, estaba lejísimos de ser alguien en este mundillo. Él había intentado de todo, con mucho esfuerzo, pero continuamente tiraba la toalla al ver como sus referentes digitales triunfaban, mientras el se quedaba trabado sin encontrar la clavija del éxito.

Dejo la tablet a un lado y decidió ponerse a trabajar desde el ordenador. Intento escribir un artículo para su blog, pero nada le parecía bueno. Sus palabras eran rígidas y seguro que no iban a gustar a sus pocos lectores. ¿Cómo podría lograr así los seguidores que tenían otros bloguers? Esto no tenía futuro. Todos los días la misma locura de impotencia, y total, para no llegar más que a la misma mediocridad.

Con la cabeza gacha salió a la calle. Miraba a la gente y sentía su propia fealdad. En una esquina un chico lo miro y le hizo un gesto con la mano. Lo reconoció, era @parameciano20, con unos 5000 seguidores en twitter. Este se acercó y empezó a hablar con desparpajo:

— ¡Hola Mario! ¿me recuerdas? Que gusto verte, ya que quería quedar un día contigo y charlar, ya que te admiro mucho por la calidad de lo que compartes.

— Hola… esto… bueno… gracias. Puede estar bien quedar, aunque no sé bien que te puedo dar que no sepas tu ya… ¿verdad?

— Jajajaja, que bromista eres. No hemos hablado mucho, pero tu eres mi referente en los últimos años, y sobre todo cuando empece a interesarme en cultura digital. Tu siempre estas ahí, alternando entre unas cosas y otras, pero siempre aportándonos un sentido a lo que hacemos. Hablo por mi y por mis colegas que te seguimos. En esta ciudad pequeña tu eres el autentico pionero digital. ¡Oye!, he quedado ahora con ellos ¿te vienes a tomar unas cañas y compartir con nosotros? ¡Sería un honor!

Acepto la invitación, aunque se sentía un tanto confuso. ¿Qué narices quería decir este chico, del que por cierto no recordaba su nombre real?. Él intentaba huir de los encuentros digitales y de las mesas de emprendedores, pues siempre salía con la ansiedad de que no hacia lo suficiente en comparación con las experiencias de los ponentes.

Pero en esta ocasión todo fue diferente. Le costo un poco, pero fue sintiéndose muy a gusto compartiendo de igual a igual, y comprendiendo que cada uno era bueno en algunas cosas y mediocre en otras, sin que pasara nada. Mario empezó a relajarse y dejarse ser como era, sin intentar llegar a ningún logro concreto. Con estos chicos descubrió la alegría de dejarse llevar por la creatividad, sin expectativas ni comparaciones. Todos aportaban algo sin medida, a algo mayor a ellos, ese espacio colectivo que algunos llamaban internet, y otros – mas frikis – se atrevían a denominar InterSer. Tal vez debería escribir un libro sobre estas cosas, pensó.

Credito de la imagen: Tecleando Números en la MacBook Air, de Alejandro Pinto con licencia CC-BY

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