Yo soy este niño jugando en el jardín al sol. Estoy relajado y feliz. No necesito juguetes, ya que mi propio cuerpo, un palo y la naturaleza son mis propios campos de gozo.
Yo soy este padre que disfruta viendo jugar a mi hijo. Cerquita, sentado en una silla, sin nada más que hacer que estar juntos. Siento tanto amor que mi corazón da brincos en mi pecho con cada salto de mi niño.
Yo soy esto eterno y sin tiempo que acoge todo, incluyendo a mi niño jugando feliz y mi padre interno tan lleno de amor. Soy este escenario donde todas estas vidas se juegan solas.
Como niño que siempre soy, me lo paso en grande. Pruebo todo tipo de piruetas. Me caigo y me hago daño. Lloro un rato acogido por mi padre. Y a los pocos minutos vuelvo a jugar de nuevo. No sé que ocurrirá. Mis juegos son espontáneos. A veces tengo miedo. También me enfado. Y papá está aquí conmigo.
Como padre que siempre he sido y seré mientras viva, te acojo en tus sueños mi querido niño. Veo como disfrutas y siento tus caídas. Te acaricio y te abrazo para que sientas con amor tu propio dolor. Hago lo que puedo y lo que sé. A veces siento rabia. Y continuamente me asaltan pensamientos de miedo y ganas de controlar a mi querido hijo para que no se haga daño.
Como escenario de la vida humana, mis personajes van dibujando experiencias mientras dialogan entre si. Unas veces se encuentran y otras se alejan. Y el protagonista siempre es el mismo, el amor que yo soy. Un amor que es padre que acoge y que teme. Un amor que es niño jugando, gozando y cayendo. Y en mi todo cambia sin cesar en el gran jardín del universo.
Juntos vamos de la mano. En realidad somos tres aspectos de la misma persona, que soy yo. Tres ángulos de mi misma realidad interior.
Y he de decir que continuamente nos estamos pegando, sobre todo yo como adulto con mi propio niño interior. Y este responde con rabia y escondiéndose de mi. Me duele reconocerlo, pero no todo es paz en esta escena. Como adulto juzgo a mi niño continuamente. Lo cuestiono con dureza. Tengo un ideal de como debería ser sus juegos para que no se haga daño y llegue a ser un hombre de provecho. Y me alejo de él.
Ante todo esto, también me juzgo y cuestiono a mi mismo. Me digo en mi mente que no lo estoy haciendo bien. La culpa me hunde y se refleja en mi cara. Y mi niño se me acerca, me sonríe, me coge de las manos y me lleva a jugar con él. Saltamos juntos y yo lloro. Lloro de alegría y lloro toda la carga de autoexigencia que me aleja de mi querido niño.
En el cielo las nubes dibujan una sonrisa triste. El escenario se llena de posibilidades. Un padre se rompe en pedazos y se arma de amor vulnerable. Un hijo enseña a soltar y aprende a vivir. Cada uno en su papel y cada uno despertando aspectos del otro. Yo soy este padre y este niño interno. Parte de mi familia interior. La mediación interna ocurre en mi continuamente. Este dialogo continuo me ayuda a recoger mis fragmentos y dejar que se integren en amor propio.
Credito de la imagen: jvargas con licencia CC-BY-NC-ND