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Me enamora verte morir [relato]

colores del alma al morir

«Soy un calzonazos» pensaba Emilio mientras subían juntos las escaleras para visitar al pariente de Elena. No supo decir que no, ya que solo llevaban juntos 2 semanas y no quería que ella se enfadara y lo rechazara tan pronto. Le parecía una chica rara y extravagante, pero le excitaba mucho el verla morir de deseo en la cama.

Al llegar, le extraño ver una casa tan luminosa y llena de flores, aunque se le cayó el alma a los pies cuando vio al enjuto viejito en la silla de ruedas. Casi no podía mirarlo. Estaba lleno de llagas por toda la cara y sus manos. Miraba a Elena y la veía sonriente, besando con calma cada una las llagas del anciano, lo que le provoco oleadas de asco que consiguió reprimir para no vomitar allí mismo. No sabía donde meterse. Tenía mucho miedo a que se le contagiara algo. Siempre había evitado estar en situaciones tan horribles como aquella.

Elena lo invito a acercarse. Pero él seguía aún agarrado a la puerta de la estancia, mirando al suelo, mientras le temblaban las piernas. Ella lo cogió de las manos y lo situó frente a su tío abuelo. Emilio no pudo evitar ver la sonrisa y los ojos luminosos del enfermo.

Se sorprendió al oírlo hablar con voz dulce y firme. Le agradecía de todo corazón su visita. También decía que se alegraba con la presencia de tantas personas que lo amaban en sus últimas horas de vida. Su mano temblorosa se acercó a la mano de Emilio. Sintió un escalofrío por todo su cuerpo, pero no pudo evitar que el anciano le cogiera sus dedos con suavidad mientras lo miraba con una expresión que le costaba interpretar.

Mientras Elena cerraba el circulo tomando su otra mano y la de su querido abuelo. Permanecieron en silencio. Emilio se sentía conmocionado, en un caos de sensaciones confusas de miedo, enfado, asco, locura y muchas ganas de huir. Pero ella los miraba con tanta ternura que al final algo se rompió dentro de su corazón. Morir le parecía tan deprimente que era mejor esconderla y no sentir nada. Pero ahí estaba, frente a un hombre muriendo. No quería expresar tristeza, pero esto era lo que empezaba a sentir. Dolor por el anciano y también por su propia vida efímera.

Una lágrima cayó veloz por su mejilla. Al instante vio como un par de lágrimas surcaban entre las arrugas y llagas del moribundo. Pocos segundos después los tres se unieron en una húmeda tristeza sin nombre ni apellidos.

Crédito de la imagen: The Colours of the Soul por Hartwig HKD con licencia CC-BY-ND

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