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Diálogos de voces: El cuestionador y el cuestionado

voz del cuestionador

Acto primero: el cuestionador ajeno

—¡Ella no hace más que cuestionarme todo lo que hago y digo!
—Díselo… aquí y ahora, como si ella estuviera aquí mismo, en la silla de al lado.
—Ok… «Mira cariño. Esto no puede seguir así. Estoy hasta las narices de que cuando yo hago una propuesta, tú en seguida me cambias los planes, sacándote de la manga otra liada que hacer. Y mis ideas se quedan en saco roto»
—¿Y que te contesta ella desde la otra silla?
—Ella me mira con esos ojos de no haber roto nunca un plato y no dice nada…
—¿Y tú…?
—Me enfado y la digo «no quiero ser tu esclavo a tu servicio todo el día» a lo que ella contesta con un simple «como quieras»
—¿Qué sientes ahora Luis?
—Rabia, mucha rabia. E impotencia.
—¿Qué tal si probamos a que tú asumes su rol de cuestionador? A ver que pasa… Me gustaría hablar con el cuestionador.
—Pues si, soy la voz del cuestionador. Soy yo ahora el que cuestiono los planes de ella… Esto me suena raro… pero si, mi función es cuestionar los asuntos de otros, incluso también mis propios asuntos.
—¿Cómo es esto?
—Uffff, esto me toca. Es cierto, soy yo el que cuestiono los planes de ella. Aunque en realidad lo que más cuestiono son mis propios planes. Me cuestiono a mi mismo. No quiero asumir mis propios actos. En realidad no creo en ellos. Me juzgo y considero que mis ideas son inadecuadas. Soy yo el que me saboteo.
—¿Qué sientes?
—Pues mira, la verdad es que me siento aliviado. Como si me hubiera quitado un peso de encima. Me resulta duro asumirlo… aunque es liberador esto de clarificar lo que me pasa con mi mujer y conmigo mismo.
—Que bien. Me alegro de escucharte ¡Bienvenido cuestionador!

Acto segundo: el cuestionador propio

—¿Tienes algo más que contarnos cuestionador?
—Si, como cuestionador mi trabajo es el de evaluar que planes, ideas y acciones son más validos, y cuales es mejor rechazar. En este caso concreto lo estoy diciendo a Luis que sus ideas están basadas en ideales en su cabeza, y que vale la pena que las contraste con la realidad antes de ponerlas en marcha. Mi función es ayudarlo a que elimine aquello que no va a funcionar y emprenda acciones más sensatas y coherentes con las necesidades del momento.
—¿Y como se lleva Luis contigo?
—Normalmente él no me reconoce. Me tiene en la sombra. No se da cuenta de que yo estoy allí y tengo una función. Y me proyecta en su esposa, lo cual en el fondo es un poco absurdo, ya que en realidad ella es una absoluta principiante en esto de cuestionar. Pero él cree que toda la exigencia y cuestionamiento que siente en él viene de fuera, de ella, de su jefe y de otras personas. Y claro, al no asumir la responsabilidad de tenerme como cuestionador, se convierte en víctima de las circunstancias ajenas ¡Ya es hora de que me reconozca como propio!
—Muy interesante todo lo que nos cuentas… ¿algo más que añadir?
—Si, yo me paso el día cuestionándolo. Soy realmente pesada. Ya ves, también me cuestiono a mi misma como voz. Estoy muy presente en su cabeza. Muchos de sus pensamientos soy yo juzgando cada una de sus ideas y cada una de sus acciones. La verdad es que lo tengo martirizado, pero es la única forma que tengo de que me haga caso ¡Me escuchas!
—Ya veo… ¿Y es importante que te haga caso?
—¡Por supuesto! Él es muy ingenuo e idealista. Pero no se da cuenta. Me necesita para poder avanzar y crecer como persona. Sin criterio no va a ningún sitio. Y con mi ayuda puede aprender a ser más creativo y eficaz, a base de eliminar lo que lo tiene estancado. Soy yo el que lo ayudo a salir de la zona de confort.

Acto tercero: el cuestionado

—Ahora, ¿me permites hablar con la voz del cuestionado? ¿La parte de Luis que se siente puesta en cuestión con frecuencia?
—Si, soy el cuestionado. Y me siento muy mal. Todo el día me esta machacando. No me permite vivir en paz. Hasta hace un rato pensaba que era mi esposa y mi jefe los culpables de todo lo que me pasaba, pero empiezo a ver que esto funciona de otra manera. Ahora veo que es esta puñetera voz del cuestionador en mi cabeza la que me tiene martirizado ¡Qué vida más dura nos manda el señor!
—¿Cuál es tu función?
—¿Mi función? Pues no sé… supongo que la de ser machacado y aplastado. Recibir todos los golpes. Ser pataleado por toda idea, acción y proyecto que se le ocurra tener a Luis. De todos lados me vienen los gritos «así no… mejor de esta otra manera» Me exigen, me juzgan, me evalúan continuamente…
—¿Cómo te llevas con el cuestionador?
—Empiezo a reconocerlo… pero la verdad es que no me gusta nada lo que hace conmigo. Lo siento ahora como mi enemigo ¡Y dice que me quiere sacar de la zona de confort! ¡Y qué cambie! Pues lo lleva claro, pues cuanto más me cuestione, más estático me quedo y más víctima me siento.
—¿Cómo te gustaría que te tratara el cuestionador de Luis?
—Bueno, pues me gustaría que me tratara con más delicadeza. Que él fuera consciente de que yo soy muy susceptible y sensible. Que me cuestionara con buen juicio y tacto. Quiero que me escuche de verdad y no me presione tanto.
—¿Crees que te está escuchando?
—Si, creo que me escucha, al igual que yo lo escuche antes cuando hablaba. Y que él sabrá ponerse un poco en mi lugar, como yo lo hice antes con él. Yo comprendo que quiere ayudarme a cambiar, a ser menos ingenuo y a elegir las mejores propuestas. Pero necesito que me tengas en cuenta para hacerlo. Sin mí todo cuestionamiento tuyo no sirve de nada ¿me pillas?
—Muchas gracias cuestionado. Por alusiones estaría bien que dijera algo más el cuestionador…
—Si, soy el cuestionador, y te digo que sí, que estoy de acuerdo contigo, cuestionado. Reconozco que necesito aprender y sé que seguiré imponiéndote muchas cosas con frecuencia. Tengo este hábito muy instaurado en mí. Pero mi deseo es que nos escuchemos y podamos trabajar en equipo. Colaborar y entendernos. Y para ello necesitamos de tu ayuda, estimado mediador. Gracias por tu buena labor que en este caso no cuestiono.
—Gracias a Luis y gracias a ambos por acogerme y abriros a mi mediación. En mi labor no busco nada. Simplemente soy atención y compasión.

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