Tras días de intenso trabajo físico, está noche dormí profundamente durante unas horas. Luego me desvelo temprano y estoy en la cama dando vueltas a diversos problemas actuales y sintiendo mis sensaciones molestas en el cuerpo. Estoy así un par de horas sin volverme a dormir. Después quiero levantarme, pero mis sensaciones de modorra y cansancio me apegan a la cama como una lapa.
Me dejo sentir un rato hasta que descubro, con la intensidad de una revelación, esta tendencia repetitiva mía de apego a mis sensaciones molestas. Es decir, esta fijación mía al dolor sutil corporal, como si esté me hubiera atrapado o poseído.
El apego y la aversión a las sensaciones molestas
Sigo observando en mi presente. Siento mi cuerpo. Siento mis sensaciones. Ahora tocan sensaciones que una parte de mi interpreta como un sentimiento desagradable.
Y como dos caras de una moneda, trato de huir y escapar de estas sensaciones molestas. Así, desde mi aversión a ellas, pienso e imagino todo tipo de cosas para no sentir lo que me molesta en este momento. Y a la vez, sigo apegado a mi situación de malestar como un ente poseído por un demonio.
Me doy cuenta de que en este rato me cuesta tanto reconocer, acoger y aceptar lo que estoy sintiendo, con naturalidad y honestidad. Como permitirme soltar tranquilamente la importancia de lo que estoy sintiendo.
Aún desde la cama, soy consciente de esto, y decido hacer el experimento de levantarme a ver como fluyen mis sensaciones molestas corporales. Venzo la pereza y esta creencia de que en posición horizontal los pequeños dolores acabarán yéndose. Y me levanto. Al rato me doy cuenta de que el movimiento suave me hace bien, que de alguna manera me acuna en mi sentir.
Sentir y soltar las sensaciones con naturalidad
¡Qué fascinante es verse! Descubrirse en las pequeñas y grandes adiciones que todos tenemos. En este apego y aversión a las sensaciones y a las emociones del momento.
Sigo caminando por la casa. Voy al baño. Me pego una ducha. Me visto y desayuno. Y mis músculos siguen mandándome mensajes en forma de vida sensible.
Así es, estoy vivo. Inspiro mis sensaciones reconociéndolas, y expiro mis sensaciones soltándolas. Siguen ahí, y desde mi mente atenta las acojo en mi vida y comprendo que son parte del fluir cambiante y volátil de mi biología humana.
Es curioso como a veces damos tanto peso a una sensación corporal. Como si nos fuera a matar o como si creyéramos que nunca nos iba a abandonar. Es realmente curioso.
Agradecimiento a las sensaciones molestas
Ahora, levantado y escribiendo esta experiencia, aprendo que las sensaciones agradables o desagradables son parte de mi. Y me siento agradecido en su fluir incesante, y en todo lo que me enseñan.
Recuerdo cuando empecé a practicar meditación. Pasaba largos ratos observando las sensaciones de mi cuerpo y aprendiendo a acogerlas con ecuanimidad. Luego con las clases de yoga voy descubriendo y movilizando con cariño todo este universo inmenso de sensibilidad corporal. Qué alegría poder vivir estas experiencias para ser un poco más libre del incesante cambio somático que se da en mi constantemente.
Solo me queda animarnos a todos en este texto a vivir lo que la vida nos trae en cada momento. Como podamos. Con la curiosidad y ganas de aprender de un niño. Y con la conciencia de quien sabe que el placer y el dolor son señales de una vida sensible y humana.
No temas a tus sensaciones molestas. Permite que vengan y se vayan solas. No intentes controlarlas y que no estén en tu vida, ya que ellas tienen su propia realidad y su propia inteligencia corporal.